
A mí, más que la navidad, me gusta la noche de las velitas. Desde que le perdí el miedo al fuego, encender montones de velas y ver como se consumían en la noche tibia de Bucaramanga era un placer. Yo no tenía amigos de la cuadra, pero tampoco me hacían falta: yo jugaba a quedarme viendo las llamas bailando en sus pabilos y la cera derramándose por el andén. Metía cuanto podía las manos en el fuego y formaba cucuruchos de cera reblandecida en la punta de cada dedo. Luego empecé a pedir un deseo por cada vela. Eran tantos que seguro alguno habría de cumplirse.
Nunca he entendido muy bien por qué se celebra el dogma de la Inmaculada Concepción de María con un reguero de esperma, pero la retorcida cuestión simbólica me parece que hace la fiesta mucho más divertida. Además, a la Lucía que me habita todo lo que tenga que ver con la luz (o su ausencia) le parece automáticamente formidable.
Feliz siete de diciembre.
2 comentarios:
feliz siete de diciembre a sumercé también! muchas velas, muchas luces!
Lucía, muchas gracias por el apoyo! todo salió muy bien en Manizales, estoy tan feliz! abrazote, y de verdad GRACIAS!
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