En el seminario de hoy el profesor Shingu habló de la vana ilusión de que las palabras no existan. Es una fantasía común, decía. Soñar que sin palabras podríamos aprehender mejor la realidad, que si no hubiera palabras podríamos, por ejemplo, simplemente comer. Comeríamos lo que nos gusta, desecharíamos lo que no nos gusta. ¡Qué vida más simple y deliciosa! Y sin embargo, lo sabemos, es imposible. ¿Existiría la noción de realidad si no existieran las palabras?
Y mientras él decía esto recordé un sueño.
Se me habían caído todos los dientes. Mi boca estaba cerrada y adentro estaban todas las piecitas dando vueltas. Se sentían como granos de maíz. La sensación de los dientes caídos no era nueva; no sé ya cuántas veces he soñado que se caen y que me invade una angustia horrible por perderlos. Una angustia como de no poder volver a darle la cara al mundo. Entonces empecé a escupir uno por uno cada trozo de diente que había dentro de mi boca. Y a medida que lo hacia, crecía en mí la sensación de que me estaba deshaciendo de algo que hasta ese momento me había estorbado terriblemente. Yo me pasaba la lengua por las encías vacías, suavecitas y lisas como caracoles y sentía una especie de libertad total.
¿Dónde está su psicoanalista cuando más se lo necesita?
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