b. y yo nunca fuimos amigos. fumamos juntos cigarrillos, hablamos de nuestras investigaciones, intercambiamos sonrisas cuando nos veíamos en la mañana y uno que otro email con promesas de almuerzos que nunca se hicieron realidad. en común teníamos una facultad, la adicción al tabaco y la condición de ser estudiantes extranjeros en japón. como a tantos otros, la realidad se le convirtió un buen día en un fardo pesado de llevar. entonces la magia psiquiátrica hizo su entrada en escena, haciendo promesas de recuperar con inhibidores lo que se había perdido por otro medio.
una pastilla para la felicidad. una para el amor.
el dolor siguió siendo más fuerte que la química, y el peso se hizo más grande. ¿aumentar la dosis, entonces?
una pastilla para el desamor, una pastilla para la incomunicación, una pastilla para la desesperanza, una pastilla para dejar. una más y una más y una más.
la muerte de b. me duele con el dolor del silencio, de lo que no se quiere decir. creo que sólo en sus hombros y en los de nadie más recae la responsabilidad, si es que ese fuera el problema, de esta muerte. ¿por qué para "honrar su memoria" debemos creer que esto fue un accidente?
1 comentario:
un gran abrazo.
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