con un agradecimiento por recordarme lo de recordar
la primera vez que me monté en un avión tenía cinco años. quizás antes de eso ya lo hubiera hecho (aunque es bastante improbable) pero no lo recuerdo. en cambio, la imagen de esa vez está claramente impresa en mi memoria. mis cinco años estuvieron marcados por los aviones. en uno de ellos había visto irse a mi papá. lo vi montarse en el aparato alado, que se levantó del suelo como por arte de magia, y después ya no lo vi más en casa por un tiempo. un día le pregunté a mi mamá si se había muerto. ¿muerto?, contrapreguntó ella a punto de estallar en lágrimas. y sí, muerto. yo lo había visto con mis propios ojos: mi papá se había ido al cielo, como el abuelito. mi mamá intentó explicarme que esa era otra manera de irse al cielo y que mi papá existía en otro lugar, aunque yo no lo viera. tal vez yo nunca le creí del todo. unos meses después ella y yo nos montamos en ese primer avión, que nos llevaría al lugar donde estaba mi papá. yo también, pues, me iba al cielo. recuerdo con claridad el terror que me atacó. yo no quería subirme a esa caja voladora, yo no quería morirme. en esa época uno subía a los aviones por una escalera de rodachines. entre peldaño y peldaño había un espacio vertical abierto por el que justo se fue uno de mis pies. el tropezón fue menor y no me di ningún golpe grave, pero desde ese momento tengo la certeza de que entre los aviones y yo no puede haber más que una relación atropellada.
1 comentario:
A mí, en cambio, cuando era pequeño, también con papá lejos, los aviones me parecían emocionantes.
Ahora me parecen un mal necesario.
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