
ocurrió en un viaje por santander.
yo había tenido que luchar a brazo partido con mis papás para explicarles que irme de viaje a los veinte años con un novio no significaba ningún tipo de compromiso serio. evidentemente el propósito del viaje era probar juntos todas las delicias las noches de tierra caliente, tan raras para los bogotanos, pero nunca les confesamos este secreto propósito y lo anunciamos como un viaje a recorrer nuestras raíces comuneras. los viejos se rasgaron un poco las vestiduras y casi hicieron prometer al pobre F. que pagaría si hubiera de mancillar el honor de tan respetable doncella (!). ya ven ustedes de dónde me viene la línea dramática. el caso es que salimos de (mi) casa paterna con rumbo al primer viaje que hacíamos juntos: bucaramanga-san gil-barichara-socorro-confines-oiba-suaita-barbosa. en barbosa nos separaríamos, yo volvería al norte para concluir las vacaciones y él iría hacia el sur, a terminar la tesis.
para ser el primer viaje que hacíamos juntos, las cosas no nos habían salido del todo mal: las curvas cerradas del cañón del chicamocha no hicieron mella en nuestras panzas, nos bañamos en todo tipo de aguas de todo tipo de ríos, comimos cabrito, arepas, hormigas y nos relamimos los dedos, caminamos largas horas y hablamos con cada espanto que se nos acercó; dormimos en los peores hostales y aún así encontramos fantásticas camas dobles listas para las noches pesadas de pueblo; fumamos tabacos, leímos libros y, en suma, nos portamos como consumados amantes on the road.
por esa época yo tenía la mala maña de subirme a los árboles a pasar las rabias. y si no había árboles, a lo que fuera: una silla, el poste de la luz, un campanario, una montaña. arriba de cualquier cosa todo se veía más claro y yo podía pensar otra vez en las cosas que debía hacer y en cómo las debía hacer. en barichara me había atacado una rabieta cuando F., creyéndose caicedo, se rehusó a dejar de pensar en la mona. esa vez me subí a un gallineral y no bajé hasta que se pasó. algún día hube de reconocer que lo mejor de mi exnovio era su exnovia. en oiba no encontré un árbol, así es que me tuve que subir al campanario de la iglesia para pasar la furia que me atacó cuando me acusó con razón de ser una pésima fotógrafa. ahí en el campanario de oiba descubrí que yo en realidad lo que quería era ser campanera. le pedí al ayudante que me dejara dar el toque para la misa de seis y él me dejó tocar la grande, "sólo una vez porque es muy pesada para usté". dicen que mi toque no se escuchó ni una calle más allá de la plaza, que los de la vereda se confundieron porque les había faltado un repique. me bajé de la torre y me senté en la plaza, en paz, junto a F.
y fue entonces que la ví.
era yo.
era yo, de diecisiete años.
estaba de espaldas y caminaba exactamente como yo, tenía el pelo largo y ondulado como yo, tenía una camiseta como las que usaba yo a los diecisiete años.
era la que yo había sido, tres años antes.
como no podía creer mis ojos, le hice un gesto a F. y también él se puso blanco como el papel. "eres tú", dijo con los ojos hechos platos. como teníamos que verla de frente, salimos caminando detrás de ella, tratando en cada paso de hacernos más y más invisibles. se supone que si uno encuentra a su doble alguna fatalidad ocurre: el fin del universo, la muerte de alguno de los dos, una calamidad o al menos un tremendo sacudón en el alma. yo sabía eso y no quería verla, no quería que ella me viera, pero tampoco resistía la curiosidad de saber si alguien con un reverso tan parecido al mío tenía un anverso diferente. anduvimos dos cuadras detrás de ella, hasta que dobló en una esquina y con la naturalidad de quien mira a ambos lados antes de cruzar, nos dejó ver su cara.
efectivamente, era yo.
la sensación de angustia fue tan grande que tuve que salir corriendo. probablemente sólo entonces ella haya notado mi presencia y tal vez sólo haya visto la espalda de alguien que huye de quién sabe qué. quizás no haya pensado que así se vería ella en un par de años. quizás no se haya dado cuenta de que su doble la había perseguido durante dos cuadras.
no sé qué se haya roto ese día, qué universo haya acabado por culpa de mi conducta temeraria. nada colapsó a la vista y yo sigo viva a pesar de todo.
hoy quisiera, más que casi nada, que sonara el timbre de mi casa y al otro lado de la puerta estuviera ella, dispuesta a resolver conmigo todos los destinitos fatales que se causaron esa mismísima noche.
6 comentarios:
wow, ¡¡qué historia!!
perdón que me haya quedado en un detalle pero... ¿vos me querés decir que tus padres pensaban que se iban de viaje juntos y que "no pasaría nada" entre ustedes? jaja.
por supuesto que no, mer. ¿pero viste cómo a veces basta con una promesa para que la realidad se acomode a lo que uno quiere ver? gente de fe, mis viejos, gente de fe ;)
qué cuento de terror! una cosa te puedo decir, cariño, el melodramatismo no solo se hereda sino que se cultiva. yo he sido una mala influencia en ese aspecto. jajaja
adan: nos conocemos?
claro que me conoces BOLUDA
try as you may to hide under someone else's name, you can't fool me :p
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