mayo 25, 2006

extrapagema



de los diez años que viví en bogotá, más de la mitad fueron en el edificio concorde, en chapinero. salvo algunas breves interrupciones para vivir en temporales concubinatos con un par de namoradinhos, la mayoría de mi tiempo de estudiante de universidad pasó en ese edificio elegante venido a menos. las familias de provincia están destinadas a reproducir sin quererlo esa ilusión de que los hijos vayan a la capital a formarse como seres de bien, que vean cuán ancho está el mundo y que, si corren con suerte, consigan una vida mejor que la que tuvieron los padres en el pueblo. el problema, claro, es que los hijos suelen no regresar nunca a casa y de ahí nace la expresión melancólica que tienen todos los ancianos de provincia. pero regresemos al punto: para que la ilusión se haga realidad es necesario tener un cuartel general en la capital, desde donde se lleve a cabo el procedimiento conocido como "ensanche de pensamiento". es un asunto complejísimo del cual los capitalinos no oyen hablar nunca.
el apartamento en el concorde era el cuartel general desde donde mis hermanos y yo fuimos introducidos al mundo capitalino. uno tras otro llegamos al concorde cuando terminamos el colegio y nos sumamos al plan "ensanche" sin rechistar. pero también, cuando alguno de los veteranos en la capital caía en desgracia (separación, desempleo, fracaso en el intento de separarse del nido) indefectiblemente volvía al apartamento. gracias a que existió el concorde pude vivir por primera vez en el mismo lugar con el mayor de mis siete hermanos, que se casó -y abandonó la casa paterna, obviamente- cuando yo tenía dos años.
el apartamento tenía varias condiciones que nos encantaban: estaba Marquitos -el celador más dulce y leal de todo bogotá-, había un tapete color mostaza, un ventanal que daba al sur y una ventanita que daba a los cerros, el fantasma de un antiguo arrendatario que murió en extrañas condiciones se paseaba por la sala, y pagábamos sólo una tercera parte del arriendo real. un amigo de mi papá, don R., que era de lejos el más rico y el más generoso de sus amigos, nos dejaba usar el sitio por una suma risible. bendito sea.
pero tanta dicha también tenía un fin: don R., ya muy viejo para manejar los negocios de la familia, dejó el asunto del apartamento en manos de doña M., mucho menos simpática y generosa que su papá. supusimos que nos pediría que pagáramos el arriendo completo: era lo justo. sin embargo no lo hizo; en cambio nos dijo que el apartamento se estaba volviendo una carga para todos en la familia y que habían pensado que lo mejor era venderlo. venderlo significaba que nos teníamos que ir. ¿¡irnos!? ¡¿después de tantos años?! yo tuve que pasar la pena con tequilas. pero al salir de la resaca, me esperaba una oferta de concubinado (que resultaría desembocando en matrimonio). le comunicamos la desafortunada noticia a Marquitos, que al oir lo que doña M. nos había dicho profirió una de las mejores frases que yo haya escuchado en mi vida:
-usted tendrá que disculparme, señorita lucía, pero yo la verdad no creo que doña M. esté vendiendo ese apartamento. mire nomás que hace unos días vino y me dijo que ese apartamento había que arrendarlo mejor. yo no sé, pero yo para mí tengo que eso es todo una extrapagema para sacarlos a ustedes.
¡pero claro, eso lo explicaba todo!
si no hubiera sido por Marquitos, la despedida del concorde habría sido mucho más triste.

***

inscribimos nuestras cédulas en el consulado de tokyo para votar en las elecciones de marzo. recibimos a vuelta de correo la dirección (incompleta, por cierto) del lugar en osaka donde teníamos que votar. cualquiera que haya vivido algún tiempo en japón sabe que una dirección no sirve de nada, que hay que dar indicaciones más precisas, nombres de estaciones, de líneas de tren, referentes geográficos, MAPAS, pero no direcciones. con una dirección uno tiene muy pocas probabilidades de encontrar el lugar. incluso usando livedoor nos demoramos horas en encontrar el sitio. cuando fuimos a votar le dije al funcionario de la embajada que habían olvidado enviar un mapa del sitio. "nooooo", me dijo con acento paisa, "claro que lo enviamos". no, no lo enviaron. "ah, ¿no? bueno, pero en la página web de la embajada está". no, no está. "bueno, pero es que la gente ya sabe dónde queda esto". no, nosotros no sabíamos. tras admitir que había habido un error, prometió enmendarlo para la siguiente vez, "por si acaso había gente que todavía no sabía" (!) y, en efecto, para las elecciones presidenciales nos llegó una carta, invitándonos a votar, con un mapa adjunto. el problema es que el mapa está en una escala muy pequeña, no cubre más que unas cuadras alrededor del sitio de votación, no hay ninguna estación de tren en el mapa, no hay un referente geográfico y, finalmente, la copia es tan borrosa que no se pueden leer la mayoría de los kanji. lo que sí se lee con letras muy claras es "AQUÍ".

me temo que ésta también es una extrapagema.

4 comentarios:

Bloom dijo...

Ah El Concorde! Sitio de encantos y desencantos! De Smiths a grito herido y Ginebra Horse Guard hasta escasas horas de la madrugada! De Pechi y de confesiones más bien primaverales que de invierno! Yo tampoco olvidaré el concorde! Jamás!

maria correa dijo...

call me morbid, call me pale... ;)

Bloom dijo...

And if you had five seconds to spare then I'll tell you the story of my life.

Anónimo dijo...

Enjoyed a lot! » » »